Uno y los amores de verano

No sé si será el olvido lo que nos consume. Lo que nos corre. Lo que nos crea, sólo para absorbernos segundos después. El olvidar su piel, ya que mis manos dejaron de pasar por ahí; el olvidar sus ojos, porque dejaron de buscarse con los míos; el olvidar su voz, porque mi nombre ahora hace que su garganta queme. 
Será que no somos los mismos. No lo sé, ya que para mí, siempre brilló de la misma manera. Seré yo, regurgitado por el más allá e irremediablemente diferente: otro ser que no puede remontarse a eso que amaba, y que provoca su alejamiento.
Su olvido. 
El mío no. Deseo, con el poder del sol, que cada vez que extiendo mi mano hacia el vacío, que se materialice de la nada y vuelva a decirme buenas noches, buenos días, y todo lo que hay en el medio. 
Pero yo quemo. Eso me enseñó, mientras me quitaba todo derecho a ser otra cosa. Mientras dejaba que el olvido hiciese lo suyo: arrastrarme a las tinieblas.
Tal vez yo mismo me quité el derecho a su piel, ojos y voz: pensarlo hace que mi fuego queme todo a mi alrededor. 
Es la primera vez que sucede.


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