A mi lado

-Ey, Ramiro, pásame la pelota -Dice Rodrigo.
Él es mi mejor amigo. Nos conocimos en el jardín, y desde entonces pasamos todo el día juntos, sea en su casa, la mía, o en la calle. Por eso, hay gente que piensa que somos hermanos o primos, pero nada más alejado de la realidad. Aun así, hoy tengo que darle la noticia que nunca pensé que llegaría.
Le alcanzo la pelota, mientras me preparo mentalmente. 
-Eh… Rodri.
- ¿Sí?
-Perdón -suspiro – pero no nos vamos a ver más.
- ¿Cómo? ¿Por qué?
-Con mi familia nos mudamos a capital. 
Capital queda a unas cuatro horas de donde vivimos. 
Él empieza a llorar, rompiendo el aura usualmente feliz de una plaza. Y lo entiendo perfectamente; empiezo a llorar también. 



Mi mamá, mi hermano y yo estamos preparando la fiesta por mi cumpleaños 18. Un día que parecía tan lejano por fin llegó. Voy a hacer un festejo chico, con poca gente, tranquilo.
Los primeros invitados empiezan a llegar. Martín, Damián, Leo… 
Y una sorpresa. Corro hacia él, y no le salto encima porque me contengo al verlo.
Rodrigo, el chico con el que pasé mi infancia, cambió completamente desde la última vez que lo ví, hace 7 años. Está mucho más flaco, y su piel es muy pálida. Se nota que, lamentablemente, pasó por cosas no muy lindas. No me atrevo a preguntarle qué: mi misión ahora es hacer que él tenga una buena noche.
Pasamos unos cuantos minutos abrazándonos. 
-Te extrañé -le digo.
-Yo también, Ramiro… Te extrañé mucho.
Pasó todo el cumpleaños a mi lado. Comió poco, pero comió. Habló poco, pero habló. Casi al final de la fiesta, se quedó dormido. Decidimos bajar el volumen de la música y no molestarlo. 
Todos empezaron a irse, excepto él. Decidí por fin despertarlo e invitarlo a pasar la noche en casa. Lentamente abrió los ojos. Extendió un brazo para que lo ayude a levantarse, y cuando se para, apenas puede mantener el equilibrio. Me abraza de nuevo, y su cuerpo empieza a ser cada vez más pesado. No lo puedo cargar más, y lo acuesto en el suelo. 
No hay movimientos en su pecho.
Comienzo a hacer RCP, pero me alejan de él. Mi visión y mi mente se vuelven borrosas. Creo que alguien intenta llamar a una ambulancia.

Rodrigo Núñez, 18 años. Tenía leucemia. Falleció a mi lado. 
Deseé haber muerto yo también. 

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