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A mi lado

-Ey, Ramiro, pásame la pelota -Dice Rodrigo. Él es mi mejor amigo. Nos conocimos en el jardín, y desde entonces pasamos todo el día juntos, sea en su casa, la mía, o en la calle. Por eso, hay gente que piensa que somos hermanos o primos, pero nada más alejado de la realidad. Aun así, hoy tengo que darle la noticia que nunca pensé que llegaría. Le alcanzo la pelota, mientras me preparo mentalmente.  -Eh… Rodri. - ¿Sí? -Perdón -suspiro – pero no nos vamos a ver más. - ¿Cómo? ¿Por qué? -Con mi familia nos mudamos a capital.  Capital queda a unas cuatro horas de donde vivimos.  Él empieza a llorar, rompiendo el aura usualmente feliz de una plaza. Y lo entiendo perfectamente; empiezo a llorar también.  Mi mamá, mi hermano y yo estamos preparando la fiesta por mi cumpleaños 18. Un día que parecía tan lejano por fin llegó. Voy a hacer un festejo chico, con poca gente, tranquilo. Los primeros invitados empiezan a llegar. Martín, Damián, Leo…  Y una sorpresa. Corro hacia él, y no le salto encim

Segunda

La memoria se está yendo. Intenta traerla nuevamente, imagina una mano que vuela dentro de su mente para capturarla, pero no lo logra. Ella siempre corre.  A veces, como un rayo, vuelve y le hace pensar que está para quedarse. Pero esos pícaros recuerdos engañan y se van rápidamente.  Cerebro puto, dice en esos pocos instantes de lucidez.  Lamentablemente no es una lotería, dice la familia.  A veces la sientan frente al ventanal, en la silla de ruedas. Se queda mirando las verbenas, que su nieto cuida porque sabe que son sus flores favoritas. A veces, le traen ese rayo. Hoy, lo que lo trae es la golondrina, que busca bichos en el suelo. En ese corto instante, lo intenta. Quiere imaginar la mano. Ya no recuerda qué es una mano.

El sol dormido entre las cosas perdidas

No sé quién ser. Si el que crea las pesadillas, o quien se las lleva a alguien más. Concebir a alguien con un propósito macabro, como hicieron conmigo, no parecía posible. Pero aquí estoy, haciendo mi trabajo porque es lo único que sé. Aunque, a veces, danzar me llama la atención. También la piel: me pregunto cómo se siente, si es tan suave como parece. ¿Qué es lo disfrutable de esas cosas? No encuentro las razones. Pero parece hacerlos felices. Bailar, leer, que el sol les de en la cara.  De nuevo la programación empieza, y vuelvo a crear terror. Es lo más parecido a una danza que tengo; siempre hacer el mal, porque algo dentro de mi cabeza me dice que lo haga. Mientras tanto, todo es oscuridad. Terminada la sesión, tengo al sol en la cara, y una chica asustada frente a mí. Extiendo mi mano, pero no puedo hacer mucho cuando ella empieza a correr. Mi dedo índice roza el interior de su brazo. Primer contacto con la piel. Quiero correr, la necesito. Mis pies se mueven uno tras el otro, c

Uno y los amores de verano

No sé si será el olvido lo que nos consume. Lo que nos corre. Lo que nos crea, sólo para absorbernos segundos después. El olvidar su piel, ya que mis manos dejaron de pasar por ahí; el olvidar sus ojos, porque dejaron de buscarse con los míos; el olvidar su voz, porque mi nombre ahora hace que su garganta queme.  Será que no somos los mismos. No lo sé, ya que para mí, siempre brilló de la misma manera. Seré yo, regurgitado por el más allá e irremediablemente diferente: otro ser que no puede remontarse a eso que amaba, y que provoca su alejamiento. Su olvido.  El mío no. Deseo, con el poder del sol, que cada vez que extiendo mi mano hacia el vacío, que se materialice de la nada y vuelva a decirme buenas noches, buenos días, y todo lo que hay en el medio.  Pero yo quemo. Eso me enseñó, mientras que me quitaba todo derecho a ser otra cosa. Mientras dejaba que el olvido hiciese lo suyo: arrastrarme a las tinieblas. Tal vez yo mismo me quité el derecho a su piel, ojos y voz: pensarlo hace q

Toca - Candela Epifanio

Marianela corrió. No le importó que se le ensuciaran las zapatillas al pisar los charcos, ni le importó la lluvia misma. Ella no quería llegar al hospital cuando sea demasiado tarde para decirle adiós a su papá. Corré, siempre le había dicho él. Solían jugar a la toca cuando ninguno de los amigos de Marianela podía juntarse con ella. Corrían a ver los fuegos artificiales cada 25 de diciembre. Corrían a los brazos del otro cuando se veían por primera vez después de estar mucho tiempo alejados. “Corré, Marianela” Corré. Cuando llegó al hospital, se le acercaron varios médicos, que pensaron que le había pasado algo. A duras penas pudo explicarles que el problema no era ella.  Llegó a la habitación. Se acercó a su papá, le pudo dar la mano. “¿Te sirven las zapatillas que te compré?” Su papá no parecía comprender la gravedad de la situación. O tal vez sí, pero la dejaba a un lado por Marianela.  “Me sirven, quedate tranquilo.” “No te olvides de la prueba infalible” Marianela se largó a llor

Una casita blanca - Candela Epifanio

 Hay una casa  Que albergó historias Historias que se convirtieron en fantasmas  Y se fueron con el viento  Buscando otras aventuras Hay una casita  De a poco, lentamente Se fue vaciando Abrigó a muchos de la lluvia, viento y calor Pero las historias tienen que seguir Y ahora, en la casita, ya no hay nadie Había una casita. Ahora es ella quien dejó Que a la historia se la lleve el viento.  En su lugar vendrán otras Otras historias, vientos y casitas Y el ciclo Se repetirá